16 de abril de 2024

César Montoya Ocampo

Por Miguel Álvarez de los Ríos
17 de mayo de 2015
Por Miguel Álvarez de los Ríos
17 de mayo de 2015

MIGUEL ÁLVAREZ DE LOS RÍOS

cesar montoya
Miguel Álvarez de los Ríos, escritor pereirano, columnista y periodista de mucho prestigio, escribió una sesuda nota sobre su colega César Montoya Ocampo.

Se ha radicado en Pereira, al parecer, y ojalá para largo, nuestro querido e ilustre amigo César Montoya Ocampo. Si ustedes quieren saberlo, su arraigo entre nosotros incrementará considerablemente nuestro más valioso patrimonio humano. Montoya Ocampo fue –es aún- figura principalísima de nuestra generación, la “del Estado de Sitio”-. Somos, pues, contemporáneos en el tiempo y en el espíritu. Abogado penalista, con una penetrante visión científica del Derecho, una abundante y profunda cultura humanística y una fluida aptitud tribunicia que en él fue don natural desde su adolescencia, y escritor de excelente prosa, empenachada y por esta condición muy próxima de la de su egregio maestro Alzate, Montoya Ocampo irrumpió a empellones en la política conservadora de Caldas. Sus puertas ya las había derribado Alzate; Montoya Ocampo ayudó a abatir el resto de su decrépita estructura.

Llegado y consolidado el Frente Nacional, Montoya Ocampo fue elegido sucesivamente concejal, diputado, congresista y en la administración Pastrana Borrero representó a Colombia como Embajador en Bolivia. Tenía todavía, como teníamos todos sus compañeros, el brío juvenil, los arrestos románticos aún no controlados por el cálculo y en los ojos los trémulos resplandores de la bohemia pura y desprevenida, en cuyo fondo muchos veíamos danzar el fantasma alucinante de la gloria. Nuestro amigo instaló su bufete de litigante en Bogotá, y aunque la tragedia y el dolor, sus fríos aletazos, le exprimieron el corazón y le enlutaron el alma, Montoya Ocampo enjugó sus lágrimas, se anudó la corbata de seda silenciosa, regresó a la consulta de sus códigos y admitió el hecho filosófico de la que la vida sigue.

***.

Bogotá, 60 años atrás. Nuestra generación viva y vibrante, sin duda una de las más brillantes de cuantas se sucedieron a lo largo del siglo XX. Como alguno de nosotros dijo, éramos verdaderamente jóvenes, no sólo hombres que todavía no eran ancianos. Todos trabajábamos y estudiábamos. La Nacional. La Javeriana. El Rosario. La Gran Colombia. Santoto. Y sonábamos despiertos. Liberales y conservadores. No fuimos una muchedumbre estacionaria, adversa de las innovaciones, opuesta a la audacia y el emprendimiento. Devorábamos libros y bebíamos aguardiente estrellado, casi siempre cercanos a muchachas frágiles y nostálgicas. Habíamos heredado de Barrés, no mucho de su energía nacional, sino el culto del yo, con la juventud sumergida, como en un baño tibio, “en la sangre, la voluptuosidad y la muerte”. Fue la nuestra una promoción humana sustantiva y viril. Cuando creímos llegado el momento, todos nos arrojamos, llenos de ardor, de coraje y desinterés a la hoguera de la lucha política. Destellaban la inteligencia y la impetuosidad de César Montoya Ocampo entre un surtido grupo en el que resaltaban: Alberto Dangond Uribe, Jorge Mario Eastman, Jorge Uribe Botero, Carlos Lemos Simonds, Rodrigo Marín Bernal, Diego Cortés Uribe, Affan Buitrago Valencia, Fernando Sanclemente, Héctor Charry Samper, Diego Uribe Vargas, Ramiro Andrade Terán, Héctor Ocampo Marín, Germán Martínez Mejía, J. Emilio Valderrama, Óscar Delgado, Rodrigo Escobar Navia, Hernando Giraldo Álvarez, Rodrigo Ramírez Cardona, yo Miguel Álvarez de los Ríos y no menos de 50 individuos más, muchos de los cuales escalaron alturas burocráticas y políticas. Fuimos almas con temple bien seguras de lo que valíamos.

Liberales y conservadores –nuestras edades oscilaban entre los 20 y los 25 años-. Y a todos, sin excepción, nos subyugaba la formidable figura de Alzate. Cuyo pensamiento trascendía, más allá de los considerandos políticos, a más vastos núcleos humanos que a los agrupados en su partido, dijo entonces Juan Lozano y Lozano. A los conservadores, convertidos en alzatistas, los llenaba de amor y de emoción la personalidad de Alzate, su lucha, los esfuerzos de aquel varón de dificultades que en el mar embravecido de la política, estuvo a dos brazadas del poder. El estilo de Alzate. El ademán de Alzate. La escritura de Alzate. Su turbulenta sangre en consonancia con su armonioso pensamiento. Su fervor y su vigor de combatiente solitario, enfebrecido en busca del triunfo. Y recordaron siempre que Alzate jamás pensó que la política fuera un ajedrez dialéctico o una justa floral de soneteros, sino, en sus mismas palabras, “un conflicto de poderío, un campear sin tregua, una agonía en el sentido clásico de lucha”.

A los liberales, alzatianos, nos maravilló la energía espiritual y el ánimo de Alzate, su coraje enardecido, su desalada fuerza de creadora desesperación. También, por supuesto, su estilo de prosador, un poco o un mucho barroco –períodos breves, cláusulas severas-; estilo fundado sobre un dominio inverosímil de la lengua. El alzatismo fue algo a lo cual no pudimos mirar sin sentir un estrujón en el alma, como dijera alguna vez el maestro Carranza. Pues, queridos amigos, César Montoya Ocampo fue discípulo predilecto de Alzate. Tiene mucho de su ímpetu literario y oratorio. Mucha de su emoción. Mucho de su énfasis. Muchas de sus actitudes humanas. Mucho de su bastimento intelectual. Es César Montoya Ocampo, nuestro querido compañero de viaje, un ser humano de muy alta calidad. ¡Bienvenido a Pereira, nuestra tierra y desde ahora, la suya!.