29 de marzo de 2024

Remembranzas

2 de julio de 2014

cesar montoya

¡Solo a unos locos irreflexivos podía ocurrírseles  estacionar para siempre, sobre  una línea lábil de la tierra, un caserío que creció bajo el impulso fundante de unos conquistadores!  Aranzazu,de un lado, se resbala por los faldones que se sumergen  en las aguas del Rio Sargento; del otro, alarga su declive hasta el Río La Honda, y por la cabecera, se empina en montículos sucesivos hasta encaramarse a unos collados que tomaron los nombres de Campoalegre, Las Termópilas y La Camelia; y por el otro costado,   Buenavista, El Rocío y San Rafael.  Su topografía, arisca y difícil al comienzo, es agresiva  cuando abandona  las hondonadas y cuesta sobre cuesta,  se acerca al territorio de las nubes, con una lejanía que se atrinchera  en el Cerro de Santa Elena, último confín  que le pone límite al undívago paisaje. Su población es mestiza. Tenían los Carrapas,indios nativos,  miradas fieras, nariz pulida y torso ancho y fornido. Sus descendientes entreveraron la sangre  con  los itinerantes españoles, para crear una raza bicolor, ligeramente matizada de un morenaje pálido, ojos brillantes con  profundidades recónditas para disimular  el  mundo de sus sueños. Nada que envidiarle al Valle de Sopinga, ni a las estribaciones de Marmato con rutilantes socavones, ni menos a las colinas  que se descuelgan del Páramo del Ruiz.

Aranzazu es un  pueblo con raíces místicas y paradójicamente con una galopante inclinación hacia el pecado. Ha sido cuna  de sacerdotes  en cantidad profusa. Se le ha llamado la ciudad levítica.Las Semanas Santas convocan el fervor de la parroquia, con precesiones que dejan escuchar el golpeteo de las camándulas y el arpegio de las oraciones. Ha contado con una banda de músicos que frecuentemente abandonaba la zona de tolerancia para orquestar con  sones fúnebres los “pasos” que rememoran la Pasión de Jesucristo. Escasean las palabras para dimensionar el fervor de los campesinos. Estrenan vestidos de paño, de tono oscuro, zapatos y corbatas fiesteras cuyos vivaces colores se contraponen al tono triste de los padrenuestros y avemarías.

Siendo muy niño mi padre me sacó  de la finca, a horcajadas sobre las flotantes ancas de “Congolo”. Todas las bestias acabalgadas por los dueños de las fincas cafeteras salían en tropel por los caminos. Unas detrás de otras, se mordisqueaban bajo el sonoro y cansado rumor de los sofocos. Llegamos al área urbana topándonos con un desfile de Semana Santa.Ese contacto con una realidad mística que para mi no existía,  se constituyó en indagaciones inocentes  en la intimidad de mi hogar. Quién era Jesús Nazareno, quién la Virgen María, porqué  ese rito de dolor sirve de telón de fondo a muestra religión. Preguntas éstas y muchas otras que subsisten. Somos católicos a pesar de las íntimas querellas que sostenemos con nosotros mismos,pero reverentes siempre de los dogmas de fe que heredamos.             

Aranzazu tiene idiosincracia propia. Los techos de sus casas son de tejas viejas, averiadas  por el  trajín  del tiempo,  con lama verdosa y el ollín que se desprende de los fogones caseros.En el rincón de la  memoria en donde se apelmazan las cosas que van perdiendo su nombre, miro las calles empedradas, los portones de colores desteñidos, las viviendas  que en apariencia son de un solo piso, pero por detrás , están soportadas  sobre andamios de guadua en agresivo reto a las leyes de la seguridad.

Unos nísperos frondosos adornaban la Plaza de Bolívar, con la desfigurada efigie del Libertador que sirve de areópago  a los hombres seniles en sus devaneos históricos. Ese cuadrilátero ha sido testigo de los respiros democráticos. ¡Cuántas voces han sido escuchadas allí, cuántos tribunos  pusieron fuego  en el corazón de los electores, cuántos forcejeos de opiniones contrarias fueron resueltas por las papeletas que señalan el rumbo de los pueblos!
Abajo, muy abajo, soportada por barrancos, a mediados del siglo XX, funcionaba con estrépito tanguero la zona de tolerancia.

Rubias y morenas, altas como jirafas, otras medianas de pisadas cortas, alegres unas y las de allá nostálgicas, todas las damiselas dominaban los compases para el baile de las gaitas, hacían trampas de amor para enganchar a los enamorados, y en laberintos escondidos desataban  los nudos ciegos de una postiza virginidad.

¡Ah remembranzas no perdidas en los escombros del tiempo, guardadas en la caja fuerte de las saudades, hilillos de amor que atan el corazón a las nostalgias!

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