La decadencia de los clásicos.
Se juega al error del rival, a no dejar jugar, a provocar, a pelear, a tener el balón sin lastimar y, sobre todo, a simular.
Son boxeadores, no futbolistas, que agotan rápidamente sus posibilidades de gol, en maniobras intermitentes, generalmente individuales. Cuatro ocasiones para anotar en un partido, presentan un saldo lastimero. Un clásico, por ejemplo, Pasto- Cali o un Junior- Cúcuta, dan tristeza. Y qué decir de un Once Caldas- Quindío o un Millonarios- Santa fe, con cero a cero lapidario, crítico y recurrente. En este último, el sábado anterior, solo seis evidentes ocasiones de gol, con dos, tres, o más toques laterales e improductivos. Qué recuerdos de los clásicos de antaño. Se jugaban a mil, con entrega plena, arrebatos técnicos constantes, rivalidad pura y lealtad competitiva, en la cancha y las tribunas. Era la apoteosis, con estadios en fiesta por el derroche de fútbol con estilo.
Hoy el conformismo y la tolerancia crítica, están del lado de la mediocridad. Que “clasicazo”, dicen por ahí, después de ver deambular la pelota, sin destino fijo, con jugadores en conflicto con el balón, implicados en la patada, en la lengua ofensiva con desafíos verbales, o retorciéndose en el piso inventando lesiones.
El gol llega como un milagro, como un acto providencial, esporádico, de un hombre dispuesto a salirse de un libreto especulador de limitadas ambiciones. Son aislados arrebatos, distantes unos de otros, que pese a todo encandilan.
Los clásicos de hoy son la exaltación de la modestia técnica. Correr, trabar, matonear y punto.
Nota al margen: el futbol de los errores forzados y no de las virtudes como arte. De árbitros sin carácter y del mal trato el balón. El futbol de bostezo en la tribuna y de maratonistas sin criterio.