29 de marzo de 2024

El ajedrez, religión del silencio

24 de agosto de 2013

Para muchos, el ajedrez se convierte en esa mujer fatal que nos acompaña en los sueños y en los insomnios. Durmiendo soñamos con la jugada que pudo haber sido y no fue. Sí, ganamos muchas partidas durmiendo. Con Morfeo adentro, perdemos otras.

El ajedrez es el indiscutido esperanto de la imaginación. Sirve para demostrar la existencia de Dios. Y de la belleza.

“¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza de polvo y tiempo y sueño y agonías?”, se pregunta Borges en uno de sus sonetos sobre el juego que nos iguala por lo alto a miles en este tablero llamado mundo.

¡Qué trío tan maravilloso!

La vida, el ajedrez y la música son siameses. Ambos tienen entrada, medio juego y final. Lo mismo ocurre con las noticias, en la vieja estructura de la pirámide.

Una partida es una exigente carrera de cien metros – o una maratón- en la que los músculos apenas se mueven dentro del tablero, esa  pasarela donde se pavonean 32 piezas que imploran que las movamos con cierta poesía.

Se equivocan quienes sospechan que es un juego monótono, aburrido, lento, simple como beso de boba.

Los trebejistas, uno de los alias de quienes practicamos esta religión del silencio,  tienen mucho de cirujanos plásticos: plebeyos peones  reencarnarán en encopetadas damas cuando coronan la tierra prometida del antagonista. Proletarios peones  podrán comer reina en algún final de la confrontación.

Miopes frente al juego-ciencia

“Me dan lástima quienes no ven belleza en el ajedrez”, tronó el fallecido Bobby Fischer, el excéntrico campeón que llegó de Brooklin para darle estatus al juego-deporte-ciencia-tic-pasión-pasatiempo-enfermedad. Todo eso se da en la escueta geografía del tablero.

Hasta Fischer los jugadores eran bohemios, mal vestiditos, generalmente andaban con el almuerzo embolatado. Como sus colegas, los poetas y literatos de antes.

Ahora los grandes campeones ponen sus condiciones antes de sentarse al tablero. Cobran sumas astronómicas. Son tan importantes como Messi, Ronaldo, Madonna,  Nadal, Federer, Tiger Woods,  Rolling Stones.

O conspiran contra los gobiernos, como en el caso de el excampeón Kasparov, empeñado en cambios en el  ajedrez político ruso. (En la única visita que hizo al país, Kasparov agradeció a la vida haber tenido un rival tan difícil como Karpov: sin él, dijo, no habría llegado tan lejos).

“Cometo errores, luego existo”, comentó filosóficamente Tartakower.

Y el excéntrico hombre de teatro español, Fernando Arrabal: “El ajedrez no es como la vida. Es la vida. Justo como en el teatro”.

Toda una religión

Dime cómo juegas y te diré cómo sientes y de qué vas a morir. En la forma de interpretar las piezas, se te sale el católico, el ateo o el testigo de Jehová que te habita.

Más que una charla con el siquiatra en la comodidad horizontal del sofá, o con el confesor en la intimidad vertical del confesionario, es en una partida de ajedrez donde  el cliente queda retratado de cuerpo entero. Cada partida es como una autobiografía en borrador.

Termina la partida y las piezas que se han agredido, van a dormir juntas en la misma bolsa donde convivirán hasta el próximo entrevero.

Alguien dijo que si no hubiera perros, no valdría a pena vivir. Diría lo mismo del ajedrez. Enroco sobre mi mismo, apago la luz y me vuelvo noche.  

Para el cierre, lo bueno de lo malo

Por Octavio Quintero

Según Juan Manuel López Caballero, el brillante columnista de Dinero, estamos condenados a sufrir el capitalismo y la democracia, hasta que la muerte nos libere…

En carta pública suscrita al Polo, López Caballero considera al capitalismo y la democracia inocuos per se: no hacen daño… Lo que pasa es que –dice-  “tienen internamente el riesgo de que sus deficiencias prevalezcan sobre sus ventajas”…

Hermosa, por lo ingenua, la teoría: llegar “al fin de la historia” con la afirmación de que el capitalismo y la democracia son inocuos porque, por sí solos no hacen daño a nadie, es una falacia que resulta válida para todos los modelos económicos y políticos que uno pueda imaginar en el mismo esquema.

Utilizando los mismos términos de López Caballero se logra también el aserto al decir que el comunismo “no es bueno ni malo per se. Lo que sí sucede es que tiene internamente el riesgo de que sus deficiencias prevalezcan sobre sus ventajas”.

En este orden de ideas, da lo mismo ser capitalista o demócrata que comunista  o ácrata, dado que todo modelo económico o político comporta internamente el riesgo de que sus deficiencia prevalezcan sobre sus ventajas. Hasta el modelo humano se puede medir por este DOFA: usted es tanto más o menos, según la ventaja que saque de sus fortalezas y debilidades.

La falacia de López Caballero sesga en el modelo capitalista el interés particular; y en el modelo democrático, el clientelismo.

Lo que asegura el articulista es que si se lograra que el capitalismo fuera más de interés general y la democracia más de méritos,  capitalismo y democracia serían ideales.

¿Y quién lo discutiría? Nadie. Lo que pasa es que el día que en el capitalismo prevalezca el interés general, y en la democracia prime el gobierno del pueblo, ya no serán capitalismo y democracia sino otra cosa… Llámese como se llame, eso es lo que lo que buscan, quienes luchan por tumbar el régimen.

Tolón  tilín

Fin de folio: esta columna in comento de López Caballero se parece mucho a esa adivinanza de alguien que al cabo de describir perfectamente a un león, por su melena, sus colmillos, sus garras y su agresividad, termina por decir que no es un león  sino leona…