29 de marzo de 2024

La situación carcelaria de nuestro país

12 de abril de 2013

 

octavio cardonaNo otra cosa puede afirmarse cuando la política criminal del Estado tiene a las cárceles atiborradas de presos, no todos delincuentes, los que resultan conviviendo en las peores condiciones de hacinamiento, donde las cárceles tienen 2, 3 y hasta cuatro presos en los espacios que fueron concebidos y construidos solo para un interno.

Resulta en extremo facilista considerar que los aislados no son personas, o que han perdido sus derechos, o que sus culpas deben pagarse con sangre y dolor, o que la sociedad tiene el derecho de oprimir a sus opresores como una forma moderna de venganza, para que los delincuentes sientan lo que la sociedad ha sentido.

Pareciera que quisiéramos pensar que los allí retenidos son masas de carne depositadas en bodegas, omitiendo entender que los privados de la libertad nunca han dejado de ser personas, que a pesar de sus faltas y de sus culpas, también sienten dolor y en muchísimos casos arrepentimiento, y olvidando de paso que la concepción del modelo carcelario es supuestamente de tipo resocializador, lo que permite creer que los retenidos saldrán dispuestos a no delinquir más, lo que desafortunadamente no siempre sucede, aunque en muchos casos si ocurra .

Debo reconocer que muchos delincuentes cumplen su pena y salen a cometer una nueva fechoría, lo que indica que el modelo carcelario no ha logrado en ellos fin alguno, limitándose a aislarlos de la comunidad para que no hagan más daño. Pero también debo señalar que muchos sentenciados salen cambiados, aprendiendo de la experiencia y entendiendo que la cárcel es dolorosa, es inhumana, es fuerte, es difícil y es el último lugar sobre la faz de la tierra al que quisieran volver.

Por estos últimos, por los arrepentidos y por aquellos que aun sin haber cometido falta fueron objeto de condena, es que el modelo debe ser revisado para que el mismo no sea el eje central de muchas injusticias.

Nuestra sociedad es bastante “canera”, aquí se disfruta y por lo general se critica la baja condena que se le ha impuesto al otro, la baja condena que refiere el diario, la baja condena de la que se ocupa el noticiero, la baja condena que se cuenta en la calle, la baja condena que comentan los vecinos, la baja condena de la que se habla en el bus, pero cuando esa condena es la que se ha aplicado a un familiar cercano ahí si que se comenta la alta condena que el juez ha decidido de manera injusta imponer a fulanito o peranito que es de mi familia.

No entiendo, nunca lograré hacerlo, cómo la gente pide a gritos el encarcelamiento, cuando este lugar es tan doloroso, es tan escabroso, es tan inhumano, y no lo entiendo porque son muchas las conductas que no merecen este tratamiento, pero aún así eso es lo que piden muchos, olvidando que aquellas conductas que hoy están convertidas en delitos aunque antes fueran contravenciones, la inasistencia alimentaria por ejemplo, hacen que las estadísticas de internos en las cárceles estén francamente en ascenso, lo que también ocurre por los aumentos permanentes en las penas y en los mínimos que dan lugar a la excarcelación.

Las cárceles colombianas no cumplen ni de lejos, los estándares humanitarios que deberían cumplir y por eso es que no se entiende que la política estatal sea la de tener cada día mas huéspedes en estos centros, los que más que resocializar, en muchos casos se vuelven verdaderas escuelas del delito.

Quién logra explicar que en muchas de nuestras cárceles no haya adecuados servicios públicos, escasez permanente de baños, exceso de roedores en muchos penales, falta de modelos para redención de pena, exceso de extorsiones, excesos de fuerza, excesos de violencia, corrupción, falta de adecuada atención en salud y otras perlas que son de conocimiento público.

No hemos entendido que la cárcel no es un drama exclusivo del detenido, es un problema familiar, incluso para aquellos miembros del clan que nada han hecho, que nada deben, pues son los que más sufren, son corresponsables ante la sociedad, como si también fueran delincuentes o también estuvieran detenidos, deben someterse a largas y agotadoras filas para entrar y para salir, etc.

Aunque es pauta mundial que la libertad es la regla y la detención es la excepción, en nuestro medio pareciera que el asunto viene funcionando al revés, pues lo normal es que ante una imputación, se solicite la medida de aseguramiento, cuando esta medida debería ser del todo excepcional, y con ello lo que se logra es que se revuelvan por igual sentenciados y detenidos, con lo cual el trato que reciben unos y otros es bastante parecido, pues no se separan de acuerdo a su situación jurídica sino que simplemente les toca convivir, dando paso a que la presunción de inocencia ceda el paso a la presunción de culpa y por eso las medidas que se aplican a unos y otros por igual.

A todo lo anterior debe sumarse la ineficacia del Estado para resolver asuntos que aunque parezcan intrascendentes son del todo incidentes en la vida de los internos, uno de ellos la falta de personal de guardia en las instalaciones carcelarias, donde hoy día se puede hablar de un faltante cercano a los cinco mil guardianes, lo que hace que en aras de mantener el orden y el control se tomen medidas que, justificadas en esta falta de personal, no por ello son menos aflictivas, por ejemplo que a los internos se les ingrese a las celdas cerca de las cuatro de la tarde para que terminen de pasar allí su tarde-noche, no importando si hay cólicos, si hay necesidades fisiológicas, si hay dolores de muela, si hay otros dolores, simplemente el día empieza a terminar ahí.

Como colofón de este tema, debo recordar que entrar es muy fácil y que salir en ocasiones es imposible, por eso y porque el modelo carcelario de nuestro país es tan, pero tan duro, y porque la posibilidad de llegar allí siempre esta ahí, a veces por asuntos ajenos al dolo o por asuntos que nunca fueron considerados o advertidos, es que nuestro modelo debe ser más humano, menos aflictivo, menos doloroso.

Para saber si la pena es justa, es adecuada y es proporcional, solo basta con preguntárselo al familiar del muerto quien con toda seguridad dirá que es muy poca, porque si se lo preguntamos al familiar del homicida dirá que es mucha y si se lo preguntamos al juez dirá que es la adecuada, siendo lo anterior lo natural en cada proceso, unos que se quejan por lo bajo de la pena y otros que se quejan por lo alto de la misma.

Esa es mi opinión quisiera conocer la suya.