28 de marzo de 2024

La estrategia del engaño

10 de enero de 2013

cesar montoya Es una delicia oírlos, valorar sus respuestas, interpretarlos, aplaudir sus ingeniosos rodeos, palmotear sus equilibrios, elogiar sus gatunas marrullerías. Esas posturas ambivalentes los exhiben charlatanes, ácidos y negativos, o bien sutiles, finos e inteligentes. Ernesto Samper es alegórico, urticante, dice sus verdades con líquidos vinagres. Álvaro Uribe es directo, descarnado, impiadoso y frentero. Juan Manuel Santos maneja, a la vez, muchas cartas. Elimina el todo y el nada y prefiere el todos ponen. César Gaviria es lúcido y brillante. Belisario Betancur, después de abandonar su partido, se especializó en el aplauso. Acomoda sus conceptos para contemporizar con todos los gobiernos. Andrés Pastrana es insípido y superficial.

Perfila Javier Moro en su deleitoso libro «El Imperio eres tú» el curvilíneo carácter de Don Juan Vl de Portugal, quien trasladó el boato del imperio y toda su parafernalia a Río de Janeiro, en estas palabras: «…se había convertido en un experto en el arte de escabullirse, de decir algo y lo contrario al mismo tiempo», es decir, en un Cantinflas. En tan pocas palabras queda perfilada la sinuosa personalidad de nuestros políticos. Enredadores y evasivos.

Richard Nixon en alguno de sus libros escribía sobre la mentira que debe servir de biombo a muchos actos oficiales. El profundo sigilo, las palabras sedantes en las crisis, los eslóganes efectistas, el imprescindible optimismo oficial que alimenta la esperanza, son recetas que estimulan el cada día de un pueblo. «A la carga» de Gaitán, el «sí se puede» de Betancur, «la nueva fuerza democrática» de Pastrana, el «acuerdo sobre lo fundamental» de Gómez, «confianza inversionista, seguridad democrática y cohesión social» de Uribe, «la unidad nacional» de Santos, son escarapelas eficaces para concitar las ambiciones de una comunidad. En torno de esos comprimidos verbales surgen renovadas dinámicas sociales. Ropajes, apenas ropajes, que levantan la moral. En el fondo solo sirven para ocultar un irresistible apetito de poder.

Las campañas electorales tienen como telón de fondo las promesas. Una carretera que jamás será construída, un puente colgante de costo faraónico, un viaducto, una piscina olímpica, un aeropuerto, los impuestos que serán congelados, una reforma agraria para buscar la equidad social, el reajuste de los salarios, más los pequeños compromisos que en cada municipio hace un candidato presidencial, son panaceas retóricas para conquistar votos. Quien busque el sufragio popular, se convierte en un eficaz vendedor de ilusiones. El que no maneje esa embustera farmacopea es eliminado de la contienda por los desaforados demagogos.

Se invoca el legendario Caballo de Troya como la más perfecta estrategia del disimulo. No se entiende cómo el genial Homero hizo un relato olímpico sobre la destrucción de la ciudad de Eneas por los teucros «domadores de caballos», pero nada escribió en La Ilíada sobre esa trampa inmortal. Virgilio en La Eneida hace un relato minucioso del sensacional artificio. Después de diez años de estar sitiada inútilmente la ciudad por los Aqueos, el adivino Calcas les aconsejó construir un gigantesco andamio que imitara un enorme caballo para engullir en las entrañas de éste un ejército y sorprender a los troyanos con un ataque que los pusiera a la estampida.

En Colombia, Juan Manuel Santos fue el autor de una maniobra diabólica. La liberación de Ingrid Betancourt y sus compañeros de cautiverio, preparada con meticulosidad de relojero, es una histórica tramoya hecha a la guerrilla. Nada faltó en esa astuta emboscada. Meses de preparación, silencio, alistamiento del equipo aéreo, secreto guardado con candado, con un final feliz. En esta odisea hubo derroche de imaginación, temeridad, un juego tahúr de la vida.

Conclusión: Maquiavelo sigue vigente.