28 de marzo de 2024

Una revolución invencible

17 de julio de 2011
17 de julio de 2011

Se trata de una corriente de personas que busca recobrar el placer de comer, beber y conversar sin que los ring tones interrumpan, ni los comensales den vueltas como gatos entre las mesas mientras hablan a los gritos.

Para el portador de la primicia, el periodista taurino Alberto Lopera (Loperita), “la noticia nos produjo envidia de la buena. Personalmente, ya no recuerdo lo que es sostener una conversación de corrido, larga y profunda, bebiendo café o chocolate, sin que mi interlocutor me deje con la palabra en la boca, porque suena su celular. En ocasiones es peor. Hace poco estaba en una reunión de trabajo que simplemente se disolvió porque tres de las cinco personas que estábamos en la mesa empezaron a atender sus llamadas urgentes por celular. Era un caos indescriptible de conversaciones al mismo tiempo. Gracias al celular, la conversación se está convirtiendo en un esbozo telegráfico que no llega a ningún lado. El teléfono se ha convertido en un verdadero intruso”.

Amigos del hombre de radio  juzgan que la cosa cada vez es peor. Antes, la gente solía buscar un rincón para hablar. Ahora se ha perdido el pudor. Todo el mundo grita por su móvil, desde el lugar mismo en que se encuentra. La batalla, por ejemplo, contra los conductores que manejan con una mano, mientras la otra, además de sus ojos y su cerebro se concentran en poner SMS, parece perdida.

Los críticos no niegan las virtudes de la comunicación por celular, ni la velocidad, el don de la ubicuidad que produce y por supuesto, la integración que ha propiciado para muchos sectores antes al margen de la telefonía. Pero les preocupa que “mientras más nos comunicamos en la distancia, menos nos hablamos cuando estamos cerca”.

Asimismo, les impresiona la dependencia que tenemos del teléfono. Preferimos perder la cédula que el móvil, pues con frecuencia, la sim card funciona más que nuestra propia memoria. El celular más que un instrumento, parece una extensión del cuerpo, y casi nadie puede resistir la sensación de abandono y soledad cuando pasan las horas y este no suena. Por eso quizás algunos nunca lo apagan. ¡Ni en cine! He visto a más de uno contestar en voz baja para decir: “Estoy en cine, ahora te llamo”. También se habla de la sensación de desamparo que se produce cuando las azafatas dicen en el avión que está a punto de despegar y es hora de apagar los celulares.

El hombre de A.Q.E. se mete con el B.B: “Pero de todos, los ‘Blackberry’ merecen capítulo aparte. Enajenados y autistas. Así he visto a muchos de mis colegas, absortos en el chat de este invento. La escena suele repetirse: El ‘Blackberry’ en el escritorio. Un pitico que anuncia la llegada de un mensaje, y el personaje que tengo en frente se lanza sobre el teléfono. Casi nunca pueden abstenerse de contestar de inmediato. Lo veo teclear un rato, masajear la bolita, y sonreír; luego mirarme y decir: “¿En qué íbamos?”. Pero ya la conversación se ha ido al traste. No conozco a nadie que tenga ‘Blackberry’  y no sea adicto a él. Alguien me decía que antes, al levantarse por las mañanas, su primer instinto era tomarse un buen café. Ahora, su primer acto cotidiano es tomar su aparato y responder al instante todos sus mensajes.

La apostilla: Así concluye la diatriba contra esta revolución invencible: “Esta es la tiranía de lo instantáneo, de lo simultáneo, de lo disperso, de la sobredosis de información y de la conexión con un mundo virtual que terminará acabando con el otrora delicioso placer de conversar con el otro, frente a frente.  Y algo más: Cuando van a misa o a un culto a dedicarle una hora al Señor, termina en minutos sueltos porque el B.B. no los deja en paz”.