28 de marzo de 2024

¿A cuántos se les aparecerá la virgen?

16 de abril de 2011

Son los policías que capturan al delincuente y negocian con él para dejarle escapar; el fiscal que hace la vista gorda, no encuentra las pruebas que son ostensibles y se abstiene de acusar a quien cometió el delito, conducta que se le recompensa generosamente; es el juez, sordo al clamor de las víctimas que piden justicia, y que solamente oye “el retiñir de monedas” como el Urdaneta del poema de Zalamea.

Viene esto a cuento, porque a muchos se les aparecerá la virgen con motivo de los múltiples escándalos de los últimos tiempos. Los falsos positivos, el espionaje telefónico, la compraventa de congresistas, el cáncer de la corrupción en los contratos de Bogotá y en tantos otros, son filones inagotables. Si los delincuentes ya se hicieron ricos al quebrantar la ley, a los encargados de investigar y castigar sus faltas les ha llegado la hora de enriquecerse. Con razón decía Quevedo que “los delincuentes son alegrón y hacienda de los malos jueces.”

Hay una manera fácil de tender el puente para que los procesados penalmente huyan: basta no hacer nada o hacerlo mal para que sea procedente la anulación de lo actuado. Así pasarán los días, los meses y los años, y los reos recibirán el premio de la prescripción. Que si es de la acción penal, los salvará de la sentencia condenatoria y les permitirá seguir haciendo alardes de su respetabilidad, por ser inocentes porque no fueron juzgados.

Ya en el tenebroso asunto del espionaje telefónico, un juez liberó a uno de los sindicados, por haber vencido el término para la iniciación del juicio oral, vale decir, por haber transcurrido más de noventa días después de la audiencia de imputación de cargos sin que aquél comenzara. ¿Qué decir de otros a quienes no se han imputado cargos, a pesar de ser conocidos por todos?

La maltrecha administración de justicia está enfrentada a un peligro inminente: los hechos repugnantes que están saliendo a la luz en diferentes campos, y especialmente en el de los contratos del Estado, pueden convertirse en cortina de humo que cubra otros crímenes, como los que se han mencionado, y permita a sus autores librarse del castigo.

Una de las estrategias de la defensa es dilatar el juicio: los testigos olvidan, las huellas se borran, los documentos desaparecen, la indignación que el delito causa a la gente, disminuye, y al final llega la prescripción que todo lo borra.
Hay que ser moderadamente optimistas en relación con la posibilidad de que los delitos cometidos a la sombra del régimen anterior, sean castigados. Tantas apariciones de la virgen harán ricos a unos y librarán de la cárcel a otros. Y a la postre solamente habrá dos grandes perdedores: la justicia y la sociedad.

¿Puede hacerse algo? Es muy difícil: la gente tiene la decisión pero no los medios para combatir el delito; y los que tienen el poder, no hacen uso de él por muchas razones. Es ilustrativo el comentario de uno de los militares presos en el fuerte de Tolemaida: según él, lo que se les paga con las comodidades del encierro, es su silencio, pues si hablaran, muchos generales y coroneles tendrían que hacerles compañía.

La batalla por la justicia no es contra el delincuente, sino contra el tiempo que es el peor enemigo de aquélla. Y contra la flaca memoria colectiva que cubre con el manto del perdón los delitos. Baste considerar que muchos de los que medraron ilícitamente con la trampa de las pirámides, y les arrebataron sus ahorros a centenares de miles de ingenuos, ya están en libertad en virtud de rebajas de penas por trabajo y buen comportamiento. A partir de ahora se gastarán la plata mal habida y conseguirán más mediante las mismas o similares artimañas. Y hoy nadie recuerda las pirámides…

Y no más, porque a buen entendedor pocas palabras bastan.