29 de marzo de 2024

Un adiós para el «Viejo Déivi»

1 de marzo de 2011
1 de marzo de 2011

Esa que vivió uno de los personajes de sus cuentos, el hombre que  por la cantidad de culebras que tiene, debe caminar escondiéndose de sus acreedores.  El viejo Déivi no se le tuvo que esconder a la muerte. Y aunque no la esperaba tan pronto, la recibió con la alegría de saber que había cumplido, aquí en la tierra, su destino. Viajó, por eso, ligero de equipaje. Se llevó apenas sus sueños de escritor. Pero nos dejó el encanto de su creación literaria.

¿Cómo despedir a un escritor que con sus historias nos transmitió alegría? Las palabras no alcanzan a expresar el dolor que se aloja en el alma cuando parte hacia la eternidad un creador de belleza. Sobre todo cuando con ese autor se dialogó hasta agotar el anecdotario. El viejo Déivi se va, pero sus obras quedan como testimonio de sus pasos en la tierra. El hombre que creó El Flechas y El Pachanga, el artista que le dio vida al Fercho Durango, el escritor que recuperó la tradición oral de una región en Abraham al humor, se fue de este mundo. Pero con nosotros queda el fruto de un trabajo literario que lo convirtió en un autor leído. Sus libros son ya patrimonio de Colombia. Porque nadie como él supo interpretar el alma de los costeños.

Juan Gossaín escribió en este diario, en un conmovido homenaje al amigo desaparecido, que vio por primera vez a David Sánchez Juliao “una mañana brumosa de verano, aprendiendo a vender llantas de tractor en el legendario almacén de su familia”. El periodista cuenta que fue “el mismo día en que me leyó su primer cuento, la breve historia de un peluquero del pueblo”. Si el viejo Déivi, como lo llamaba su personaje de El Flechas,  se hubiera quedado en su pueblo, arrullado por las olas del río Sinú, vendiendo llantas para tractores, no habría sido el escritor que llegó a ser. El rescató para la literatura nacional las costumbres de una región rica en elementos novelables. Es decir, con su obra le dio presencia a la costa en las letras nacionales.

Cuando “Pero sigo siendo el Rey”, premio de novela Plaza y Janés en 1983,  fue llevada a la televisión, con libretos de Martha Bossio de Martínez, Colombia se paralizaba cada noche para seguir la historia de amor entre Adán Corona y Chabela Rosales. Fue lo mismo que ocurrió cuando se presentó “Gallito Ramírez”, la telenovela que llevó al estrellato a Margarita Rosa de Francisco y a Carlos Vives. Los colombianos sentimos como propio ese romance entre el aspirante a boxeador de origen humilde y la niñade la alta sociedad cartagenera. La Niña Mencha se robó el corazón de la teleaudiencia por la autenticidad de su interpretación. En este trabajo para televisión se descubrió el talento de Sánchez Juliao para crear historias verosímiles.

Nunca antes un escritor había manejado de una manera tan afortunada esa técnica de insertar en el texto narrativo letras de canciones.Fue lo que hizo, con éxito, en “Pero sigo siendo el rey”. Y que continuó en “Mi sangre aunque plebeya”, novela donde la música popular se hace protagonista de la historia narrada.  Pero dónde mejor manejó el escritor de Lorica la tradición musical de una región fue, definitivamente, en “Danza de redención”, su más ambiciosa novela. Este libro tiene sabor a cumbia, a movimiento de caderas, a ritmo de orquesta. Aquí se  rescata la tradición oral de la región costeña. Personajes comoSimón Laza, director de la Banda Municipal de San Fernando de Cumbé, llevan en la sangre la música. Como la llevan sus hijos Francisco Siete, Enrique Diez y Crispín Ocho.

A David Sánchez Juliao no lo llevaron al hospital en canoa, como al niño protagonista de esa historia en su primer libro de cuentos. A él lo llevaron en una ambulancia. Tal vez el viejo Déivi tuvo tiempo de decirle a quien lo acompañaba: “Me duele. Me duele mucho”, como dice el niño mientras el papá mueve los remos de la canoa. Y también, como en el cuento, debieron haberle contestado: “Aguante. Aguante como un macho”. Y el escritor que recogió en su obra literaria muchas de las leyendas de la Costa Atlántica, apenas aguantó hasta la una de la mañana. A esa hora su corazón dejó de latir.  Con su muerte, Colombia perdió a un exquisito fabulador. Un hombre que hablaba como escribía, con fluidez, haciéndose entender, cautivando auditorios con el embrujo de su palabra.