28 de marzo de 2024

Neologismos; mugre; sobre todo-sobretodo

27 de octubre de 2010
27 de octubre de 2010

En más de una ocasión he citado la sabia sentencia de un poeta latino, en la que se refiere a la creación de palabras nuevas, o ‘neologismos’. Dice así: “Licuit, semperque licebit, signatum praesente nota producere nomen”, que traduce “Fue lícito y siempre lo será acuñar palabras nuevas con el sello moderno”. Mi comentario de entonces: “Así escribió el poeta latino Horacio en su Carta a los Pisones (De Arte Poética), unos cincuenta años antes de Cristo, es decir, dos mil y pico de años más cerca que nosotros de los siete días de la creación del mundo. Es un poema extensísimo en el cual el autor establece una serie de preceptos que deben regular la forma correcta de escribir, poesía especialmente. Acepta como una necesidad la invención de palabras, la aceptación de algunas ya existentes en otros idiomas, y la sustitución de las que vayan envejeciendo. Pero con ciertas condiciones. La más importante de ellas consiste en que la palabra que se invente o se adopte se acomode a las características y conveniencia del idioma adoptante, y que sea admitida no sólo por el uso, sino también por los expertos” (LA PATRIA, VIII-8-02).  Los paisanos de cualquiera que tenga como apellido Smith usan la palabra ‘resilience’ para expresar con ella, literalmente, “la habilidad de una sustancia o de un objeto de volver a su forma original después de haber sido doblado, alargado o comprimido”; y, figuradamente, “la resistencia del cuerpo humano y la fuerza moral de una persona para reponerse de fracasos, desgracias y enfermedades graves” (Jacinto Cruz de Elejalde). Entre nosotros, algunos escritores han empezado a usar  ‘resiliencia’, vocablo legítimo, puesto que viene del latín (resilire = saltar hacia atrás, rebotar), pero que la Academia aún no ha acogido en su diccionario. Sería, para nosotros, un ‘neologismo’, porque, aunque sus raíces son milenarias, es una palabra que aún no hace parte de nuestro léxico. No así el adjetivo ‘policial’, puesto que desde hace mucho tiempo está asentado en los diccionarios castellanos. Hago hincapié en su carácter de adjetivo calificativo, para disiparle la duda al señor Orlando López, quien se preguntaba si, en lugar de ‘policía’ (sustantivo), debió echar mano de ‘policial’, que, como digo, es un adjetivo calificativo. Por esto, es acertado este titular de El Tiempo: “Lo que va de un motín policial a un intento de ‘golpe de estado’ ” (Primer Plano, Análisis, X-2-10). Nota: El Diccionario de Americanismos (Academia de la Lengua, 2010) asienta el verbo ‘resiliar’, que define así: “Chile. Hacer frente con firmeza a los contratiempos y problemas cotidianos”. No obstante, omite ‘resiliencia’ y ‘resiliente’, sustantivo y adjetivo calificativo, respectivamente, que proceden  naturalmente de ese verbo. **

Decir ‘el mugre’ por ‘la mugre’, que es lo castizo, es un gazapo nacional (no vaya a escribir ahí, señor, ¡por favor!, “es un gazapo a nivel nacional”). Así lo consagró El Tiempo en su editorial del 2 de octubre de este año del llamado Siglo de los Jueces: “Los neozelandeses, por ejemplo, criticaron la suciedad de los baños y el mugre de los pisos”. Cuando el académico Roberto Restrepo, en sus Apuntaciones Idiomáticas, afirmaba que “Debe decirse ‘la mugre’ y no ‘el mugre’ ”, el señor Alario di Filippo enseñaba: “Como sustantivo, generalmente se usa en Colombia como masculino” (Lexicón de Colombianismos). Y el señor Cuervo, don Rufino, escribió: “En Bogotá, ya por cuenta propia, ya siguiendo algún uso antiguo o dialéctico español, hacemos por lo común masculinos a ‘chinche, mugre, sílice, quejambre (por ‘quejumbre’), rumbre o arrumbre (por ‘herrumbre’)” (Apuntaciones). Error nacional, sin duda. El Diccionario define este sustantivo femenino así: “Suciedad grasienta”. Hay que añadir que entre nosotros es también adjetivo, que usamos para calificar a alguien de “mugroso, en el sentido de insulto, injuria”. Y así, por supuesto, puede ser masculino o femenino. **

Hubo una época en Manizales y, seguramente en muchas otras partes, durante la cual usábamos gabardina y sobretodo. Y chaleco. Época en la que era inaceptable salir en mangas de camisa; o con los pantalones rotos; o de pelo largo y con peinados estrafalarios; o, simplemente, desgualetados. El sobretodo, como su nombre lo expresa claramente, es una “Prenda de vestir que se pone sobre el traje completo, para resguardar éste o para abrigarse” (María Moliner). Y existe también la locución adverbial ‘sobre todo’, que quiere decir “con especialidad, mayormente, principalmente” (El Diccionario). Aunque en el lenguaje hablado suenan de la misma manera, en el escrito no se pueden confundir, como lo hizo el señor Alejo Vargas en esta oración: “…y sobretodo lograr seleccionar un candidato que tenga carisma” (LA PATRIA, X-3-10). “…y sobre todo…”, señor. La palabra ‘sobre’, tiene dos oficios en la oración, a saber, el de preposición (“sobre mi cadáver”), y el de sustantivo (“después de comer, ni un sobre escrito leer”). Es, además, prefijo, que les da a los vocablos a los cuales se antepone los significados de superposición o adición (sobrecarga, sobretodo); intensificación de su significado (sobrehumano); repetición (sobrecenar); y acción repentina (sobresaltar). Es la lógica de la gramática.