29 de marzo de 2024

La torre del príncipe

9 de agosto de 2010

No es un absurdo cuento infantil, sino la versión de El Panopticón de Thomas Hobbes, una estructura que les garantiza a los príncipes el ejercicio de su poder por la omnividencia combinada con la invisibilidad.

Es la aspiración del poderoso, que los demás no tengan para él secreto alguno, mientras él permanece fuera de su alcance, impenetrable y envuelto en el misterio. Sin embargo los filósofos y los políticos de todos los tiempos – reflexiona Norberto Bobbio- siempre se han preguntado: ¿quién vigila al vigilante? Que es tanto como suponer que debe existir una instancia más alta que el príncipe.

Las distintas doctrinas políticas han creído identificar esa alta instancia: ¿Dios? ¿El héroe fundador del Estado? ¿El más fuerte? ¿El partido gobernante? ¿El pueblo?

Richard Nixon creyó tener entre las manos la llave de la torre cuando aparecieron Los Papeles del Pentágono, esas revelaciones sobre la historia secreta de la guerra de Vietnam, y el Tribunal Supremo le dio la razón al presidente: nadie podía atreverse a poner en manos del público esa información; sólo el señor de la torre. Pero hubo rebelión abajo, en las celdas, los documentos circularon y un movimiento de oposición comenzó a gestarse, de modo que el rechazo a la guerra corrió como un incendio en una pradera seca.

¿Quién vigilaba al vigilante? La población, apoyada en una información sólida.

La revelación de los papeles de Afganistán, que han puesto de manifiesto las sordideces y errores de una guerra que les cuesta a los estadinenses miles de vidas y sus buenos 300.000 millones de dólares.

La reacción de los señores de la torre ha sido de estupor: “es un acto criminal”, dijo el portavoz militar, coronel David Lapan; “es un hecho alarmante” se quejó el asesor militar del presidente; “pone en peligro las vidas de nuestros compatriotas,” fue otra de las voces indignadas en la Casa Blanca. Aún en una democracia como la estadinense, la información puede ser vista como un peligro.

En Colombia también hemos tenido nuestro panopticón. Desde la alta torre se podía escudriñar la vida de los de abajo, en sus celdas. Los eficientes servicios del DAS le permitieron al ´príncipe conocerlo todo, sobre sus opositores. Ser opositor fue igual a ser escudriñado.

Esa pasión por conocer todo lo de los gobernados, tiene otra cara: el secreto del gobernante, que despliega todas las formas de encubrimiento: el sigilo, el engaño, la deliberada falsedad, la pura mentira,
armas del poder que, asevera Bobbio, “nos han acompañado desde el comienzo de la Historia.”

El debate público sobre los papeles de Afganistán ha renovado la reflexión sobre el lugar de la información en la democracia. “Debe haber alguien que asuma la tarea de representar la memoria colectiva y, por tanto, nos ayude a entender sin olvidar,” anota Bobbio.

Es el punto de vista que finalmente hizo suyo el Tribunal Supremo de Estados Unidos cuando, pasados los incidentes de la publicación de los Papeles del Pentágono, les dio la razón a los periódicos que los habían difundido.

En una democracia, la torre del panopticón tiene que ser demolida y el príncipe deberá ser escudriñado con tanta minucia, o quizás más, que el ciudadano. Tarea en la que la prensa tiene un papel irreemplazable y peligroso.

Lo sabe muy bien el creador de wikileaks, la página que recoge los documentos que los gobiernos quieren mantener secretos. Este hombre anoche durmió en un lugar diferente al que lo había acogido ayer, y mañana tendrá que cambiar de lugar. Julian Assange se ha convertido en un fugitivo desde que creó ese instrumento que permite al ciudadano mirar lo que ocurre allá, en lo alto de la torre.