29 de marzo de 2024

Mujeres que quisieran ser nubes

26 de diciembre de 2009
26 de diciembre de 2009

Al igual que sus mandamases los pilotos, cuyo día conmemoramos hoy, cambian de firmamento constantemente. Robándole un poema a Tagore, como la nube, quisieran ser pájaro; como el pájaro, quisieran ser nube.

Están acostumbradas al olvido. ¿Quién se acuerda del nombre de la aeromoza que te mimó durante equis movido vuelo?

Oscilan entre la claustrofobia de la cabina y la del cuarto de hotel. Los espejos las reconocen cuando se acercan a maquillar su coquetería.

A todas las ciudades que visitan llevan su patria, su barrio, la esquina, sus angustias. Siempre elegantes, parecen trajeadas para una cita de amor. Huelen rico para espantar el estrés-pavor que genera el avión.

Tan cerca de Dios y tan lejos de la tierra, sacan tiempo para pensar en el tetero para el bebé, y en la ropa del maridito que se quedó en tierra, convertido en soltero cero kilómetros.

Si por azar duermen unas centésimas de segundo, recuestan su frágil cabeza sobre algún cúmulus nimbus. Hacen las veces de papá-mamá del ejecutivo exitoso. O del proletario que viaja arriando first class.

Pueblan sus escasos ocios aéreos vendiendo cachivaches a bordo. Conocen las costumbres del viajero frecuente. Saben que compra pachulí para su esposa, y Chanel para la amante. En tierra, los mismos clientes comprarán cucos para la mujer en El Hueco y ropa íntima para la "otra" en el Harrods londinense. Guardarán cómplice silencio.

Ante cualquier ruido sospechoso a bordo, los viajeros, aculillados, buscamos la tierra prometida de su sonrisa tranquilizadora.

El opita Héctor Mora, viajero impenitente, dice que coleccionan madrazos por las demoras, lidian con el borrachito enlagunado y silencian el Blackberry del personaje que insiste en mantenerse conectado.

Son nuestro polo a tierra a 30 mil metros sobre el nivel del charco. Le dan una mano a la madre primeriza con los pañales del bebé, tienen el brebaje para el insomne, o la pepa para aliviar dolores de cabeza.

Cuando aparecen con el carrito que transporta el tacaño refresco, o la cada vez más frecuente comida chatarra, hay carnaval a bordo. En vuelo, más que alimentarse, el viajero procura consumir tiempo.

Sonreír es el verbo afín con su etéreo destino. Como guías turísticas, se guían mirando nubes. Saben cómo se llama el hilillo de agua que se insinúa a lo lejos. Conocen el nombre de cualquier villorrio.

En los vuelos de largo aliento procuran rescatar los cubiertos. Sherlock Holmes improvisadas, descubren al rompe al cleptómano-coleccionista.

Mientras están arriba se tienen prohibido el sueño, el dolor, el estrés. Si los sienten, no lo exteriorizan. Llevan muchas procesiones por dentro. Muy agradecidos.