28 de marzo de 2024

Puntos sobre las íes

8 de octubre de 2009
8 de octubre de 2009

Fundamentalistas del buen escribir andan "desfaciendo entuertos" contra el idioma que nos hermana. Salen a la calle, ven una palabra mal escrita y la corrigen. Con o sin permiso de los depredadores de turno.

Creadores como García Márquez han propuesto la desaparición de la ortografía. Con toda la lidia que nos costó aprenderla. Políticos y publicistas le ponen papel carbón a la propuesta del Nobel. Se nota en avisos públicos en los que ningunean la ortografía. No se sabe si es por ahorrar plata, o por exceso de ignorancia.

De pronto vuelve a tener prensa la tilde, ese anoréxico palito oblicuo como la mirada anárquica de los bizcos. La discriminadora tilde sólo hace el amor, a distancia, columpiada sobre las vocales. Ninguna consonante le mueve el piso, eróticamente hablando.

El tal palito tiene mucho de policía acostado que se marca en palabras agudas, graves, esdrújulas. También la apodan virgulilla, voz que no aparece ni en los crucigramas. Extraña forma de preservar el anonimato.

A muchos nos suenan las tildes pero no sabemos dónde. Las tiramos a la jura y que caigan sobre cualquier vocal.

Las tildes son imprescindibles como un amanecer o una puesta de sol. ¿Qué tal hipopótamo, sin la tilde en la o del medio?

Muchos cojeamos de las comas. Su empleo es algo tan íntimo como la vida privada de una actriz pornográfica. Puntuar es más cuestión del oído interno que de la "doña gramática".

"Respiren, comas, al ritmo de Ricardo Bada", sugiere Héctor Aguilar, escritor mexicano director de la revista Nexos . En escritores como el hispano-alemán Bada, los signos de puntuación se vuelven frases. En él, las comas son más elocuentes que cualquier orgasmo. Inútil tratar de pillarle un signo ortográfico mal parqueado.

Para el escritor caleño Julio César Londoño "la puntuación tiene que ver más con la respiración del autor que con normas gramaticales".

El punto y coma también tiene su historia. Mrs. Albert Forrester, personaje de un cuento de William "Sumercè" Maugham, conquistó fama de humorista gracias al descubrimiento de las posibilidades cómicas del uso del punto y coma.

Un escritor de cinco en ortografía, Jaime Sanín Echeverri, padre de Noemí, quien se recupera felizmente de la agripa aquella, solía regañar a quienes utilizan este signo (;) hermafrodita: "No sea marica, no se quede en la mitad".

Como la evolución no para, en dos o tres millones de años luz los humanos podríamos convertirnos en muebles de alcoba. Ojalá llegue el momento en que los humanos nazcan con la ortografía incorporada a su ADN. Así como los españoles nacen y pronuncian la zeta con el salero que nos falta al resto de hispanocharlantes.